Mañana sábado y el domingo el elenco Enrique Guarnero presenta su obra “Los Bemoles de Madame Florence”, que tendrá como escenario la sala de la Asociación Rural.
Las boleterías se habilitan a las 19.30 los días de la función, pudiendo realizarse reservas a través del 099931450.
Sobre esta obra, el director profesor Hugo Ultra narraba que “en los años cuarenta, vivía en Nueva York, la singular diva Florence Foster Jenkins, quien, desde muy joven, quiso dedicarse al bel canto, pero su padre millonario, la había amenazado con desheredarla si cometía esa locura, porque no tenía oído ni para escuchar el teléfono. El fallecimiento de su padre, dio rienda suelta a sus deseos, pero cantaba tan mal, que fue considerada la peor soprano de la historia. No sabemos cuál fue la herencia de Foster Jenkins, pero le permitió mantenerse incólume a cualquier crítica. La incredulidad de los primeros conciertos dio paso al fervor del público, que acudía masivamente a sus recitales anuales en los salones del hotel Ritz-Carlton para comprobar en persona si era tan mala como la pintaban.
Y la gente hacía cola porque no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Quedan algunas grabaciones de ella, de las que vendió miles de placas, que la gente compraba y se reunía entre amigos a escucharlas, como quienes hoy se juntan para ver una película cómica, tal era la desastrosa fama de la fundadora del Club Verdi, cuyos espectáculos de beneficencia, desbordaban de público.
Pero el misterio sigue ahí aún, después de haber transcurrido tantos años: ¿Qué fue lo que impulsó a esta mujer, que como un buey tozudo clavado en el surco se lanzó al “bel canto”, por así decirlo, a los 41 años, y se mantuvo fiel a su despropósito durante más de tres décadas, hasta cumplidos los 76?
El 25 de octubre de 1944, apenas un mes antes de su muerte, dio un concierto en el Carnegie Hall con un lleno absoluto y la presencia de dramaturgos de la talla de Noel Coward, que al parecer cayó rodando por el pasillo en un ataque de risa.
Su segundo marido, compraba los periódicos donde los críticos la destrozaban sin piedad y los quemaba, impidiendo que ella los leyera. Pero a veces, lograba sobornar a algún periodista para que ensalzara su actuación y ella estaba en la gloria.
Al final de sus días expresó esta célebre frase: “La gente podrá decir que yo no sé cantar, pero nadie podrá decir que no canté”.